Siete reglas de etiqueta para el borincano
Domingo, 16 de Octubre de 2005
doctoravila@gmail.com
Javier Ávila
Será prudente regirse por las siguientes reglas de etiqueta para el óptimo funcionamiento de la Isla del Encanto:
1Utilice la inarticulación como el mejor método de comunicación. Ser económico con el lenguaje no es suficiente. Hoy día estamos muy ocupados como para decir: con su permiso, ¿me puede ayudar? Por lo tanto, sea inarticulado para incrementar la calidad de su comunicación interpersonal. Puede hacer un sonido como si se estuviera desinflando (pssst) cuando quiera que lo atiendan en algún lugar. También puede señalar o gritar brevemente para que alguien le preste atención. Comuníquese con su rostro, con sus manos, con su cuerpo, pero no se rebaje a usar el léxico a menos que sea absolutamente necesario. En tal caso, limítese a decir lo que quiere con una sola palabra, sin adjetivos ni verbos. Las oraciones son para personas que malgastan la saliva. Usted no va a ponerse con semejante arrogancia en público.
2. Malcríe a su hijo hoy y él se lo agradecerá mañana. Ya que probablemente no compartirá mucho con su hijo, compense su ausencia con regalos y libertades que usualmente no le otorgaría si pudiera verlo con regularidad. Engórdelo, hágale sus trabajos escolares, cómprele juguetes caros y videojuegos que lo mantengan ocupado y le sirvan de niñera. No permita que vea televisión más de cinco horas al día. Inyéctele sus costumbres religiosas y políticas, aunque sea muy pequeño para entenderlas. Si alguna vez su hijo le pregunta si Dios también existe para los niños de Etiopía que mueren de hambre diariamente, deténgalo con una palmadita en la boca y lávesela con jabón para que nunca vuelva a contradecir o cuestionar sus creencias. Enséñele que él no se tiene que preocupar por lo que pasa en esos lugares habitados por salvajes. También enséñele que él se lo merece todo. No lo hubiera tenido si no fuese así, ¿verdad? Por último, jamás permita que su hijo se independice a menos que se vaya a casar. Y eso sí, tiene que ser con una mujer casta y maternal. Mientras tanto, manténgalo. Manténgalo aunque tenga treinta y cinco años porque la independencia económica, bendito, no le conviene, que la vida está dura.
3. Comprenda que el tamaño de su carro define su prosperidad. La preocupación más grande cuando esté guiando en las carreteras de la isla es usted y solamente usted. Cómprese un carro grande, colosal, el tipo de vehículo que destruiría a un carro deportivo en caso de tener un accidente. Esa es una batalla que usted no debe darse el lujo de perder. Usted necesita un carro aparatoso, impresionante, que no quepa por las calles congestionadas del Viejo San Juan, que sea muy enorme para las carreteras estrechas de las montañas, que inspire temor y admiración en los adolescentes, que demuestre su superioridad automovilística. Hay espacio para eso y para más en esta gran isla. El beneficio principal de un vehículo gigante es que logrará erradicar todas sus deficiencias intelectuales y sociales. Recuerde, la grandeza de su carro se traduce en grandeza personal.
4. Demuestre pasividad cuando esté esperando en fila. Cuando esté en una tienda o en un supermercado, asegúrese de pegársele a la persona que esté al frente suyo. Péguese lo más que pueda. Respírele en su cuello. Si la persona se mueve un poquito, usted debe moverse un poquito también. Si desea algo de las góndolas y hay alguien en el medio, simplemente ignore su presencia, busque lo que quiera y si se produce contacto físico, no diga nada. Mientras esté esperando, no se queje si la fila es larga o si ve que sólo hay una caja abierta y hay dos empleados ajenos a la situación, hablando por teléfono celular, ojeando revistas o tasando nalgaje indiscriminadamente. Si necesita quejarse, hágalo en voz baja, o quéjese con otro cliente, no con la gerencia. Siga esperando hasta que le toque su turno. Sin embargo, si por casualidad abren una caja, ignore las palabras del cajero (“Próximo en la fila”) y corra para que llegue primero.
5. Niegue lo evidente si resulta conveniente. Repita los siguientes pensamientos diariamente y todo seguirá igual, con el favor de Dios: Puerto Rico no está sobrepoblado. La salud mental de nuestros ciudadanos es óptima. La violencia doméstica ha disminuido considerablemente. Usted está más seguro en su urbanización de acceso controlado. Su cuerpo le agradece el refresco de dieta que se toma cuando se come un combo agrandado de un fast food. Los jóvenes se desbordan de respeto por los líderes de la patria. La televisión local progresa cada día. La tecnología nos ha brindado una insuperable calidad de vida. Repítalo. Repítalo. Repítalo.
6. No permita que el talento se interponga en su camino. No se destaque. Deje de lucir bien ante tanta gente. ¿Acaso no sabe que es de muy mal gusto hacer las cosas bien? Su obra cuidadosa ofende a las multitudes ingresadas al club de la mediocridad. Si quiere ser aceptado y amado por las masas, renuncie a su talento y únase al club. La membresía es gratis. Sólo tiene que cumplir con la mitad de sus labores. No gane premios. No se preocupe por sobresalir en asuntos laborales, académicos o artísticos. El éxito es una falta de respeto para todos. Causa envidia. No vale la pena. La gente se identificará con usted si sabe lograr ese equilibrio entre la deficiencia y la excelencia. Si por casualidad ve algo bien hecho, destrúyalo, elimínelo de su vida. Si ve que alguien está tratando de alterar el orden de su hábitat, busque la manera de expulsarlo del reino. Difámelo, insúltelo, rebájelo, fabríquele un caso, haga algo. No se quede de brazos cruzados. Embalsámese de ineficiencia, porque ya nadie aprecia lo prodigioso.
7. Ódiese a sí mismo. El censo más reciente revela que la mayoría de los puertorriqueños pertenece a la raza blanca. Por lo tanto, la negrura en Puerto Rico es un mito. Es cierto. Vaya a cualquier estado en el centro de los Estados Unidos y disfrute de su blancura con los suyos. Lo aceptarán de inmediato y le dirán, “Hey, I didn’t know Puerto Ricans were so white”. Alísese el cabello, pínteselo de rubio, no pase mucho tiempo bajo el sol, convénzase de que el inglés es un idioma superior. Odie sus raíces. Niegue su identidad, a menos que se convierta en algo aceptado por los norteamericanos. Intente camuflar todo gesto incriminatoriamente boricua. Trate a los turistas mejor que a los residentes permanentes de la isla. Si usted trabaja en un hotel, por ejemplo, siempre dele preferencia al extranjero; los puertorriqueños sabrán perdonarle.
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